Noticias de la iglesia

Publicada la tercera encíclica de Francisco: "Fratelli Tutti"


  Según informan desde los medios vaticanos, el papa Francisco celebró la Misa en la cripta de la Basílica inferior y, al final, sobre la tumba del Pobrecillo de Asís, firmó su tercera Encíclica, "Fratelli tutti", dedicada a la fraternidad y a la amistad social, valores esenciales para devolver la esperanza y el impulso a una humanidad herida incluso por la pandemia de Covid-19. Una Encíclica que toma su nombre de las palabras escritas por san Francisco y que se ha presentado el domingo 4 de octubre, en la fiesta del santo de Asís.

Antes de la firma, el Papa quiso agradecer a la Primera Sección de la Secretaría de Estado que trabajó en la redacción y traducción de la Encíclica.

«Firmaré ahora la Encíclica que lleva al altar Monseñor Paolo Braida, encargado de las traducciones y de los discursos del Papa, en la Primera Sección. Él supervisa todo y por eso quería que estuviera presente aquí hoy y me trajera la encíclica. Además, dos traductores vinieron con él: el P. Antonio, traductor de la lengua portuguesa: tradujo del español al portugués; y el P. Cruz, que es español, supervisó un poco las otras traducciones del español original. Lo hago como signo de gratitud a toda la Primera Sección de la Secretaría de Estado que ha trabajado en esta redacción y traducción».

El sábado 3 de octubre, el papa Francisco llegó a primera hora de la tarde al Sacro Convento, adyacente a la Basílica que desde 1.230 guarda los restos del santo cuyo nombre lleva. Para darle la bienvenida, estuvo el custodio del Sagrado Convento de Asís, el padre Mauro Gambetti. A la celebración eucarística asistieron también una veintena de frailes, algunos religiosos, junto con el obispo de la diócesis, Domenico Sorrentino, y el cardenal Agostino Vallini, legado pontificio para las basílicas de San Francisco y Santa María de los Ángeles en Asís. Es la cuarta vez que el papa Francisco ha visitado Asís.

VIÑETAS DEL DIBUJANTE RELIGIOSO AGUSTIN DE LA TORRE

La revista digital Religión Digital ha publicado siete viñetas de este dibujante. Su contenido es la Carta Encíclica Frattelli Tutti y en ellas expresa aquello que más le ha conmovido de las palabras de Francisco. Pueden ayudarnos a acercarnos, al texto y así animarnos a leerlo e interiorizarlo, para vivirlo. Puedes encontrar la publicación en este enlace

Soñemos como una sola Humanidad, todos hermanos

Respeto a la dignidad, creatividad e ingenio

Que tanto dolor no sea inútil

Ateos que viven la voluntad de Dios mejor que creyentes

Entrega sincera a los demás

Sin diferencias, la misma dignidad

Diálogo en nombre de Dios

Inspiración

Video del PAPA "Orar puede cambiar la realidad y los corazones"



En el nuevo Video del Papa para este mes de diciembre, el Santo Padre habla sobre el poder de la oración que puede cambiar la realidad y los corazones, y pide que a través de una vida de oración podamos alimentar la relación con Jesucristo.

Ciudad del Vaticano

El video del Papa para este mes de diciembre, el último del 2020, acaba de salir a la luz con la intención de oración que Francisco confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa (que incluye el Movimiento Eucarístico Juvenil - MEJ). En un año marcado por la pandemia mundial del COVID-19, el Santo Padre nos comparte el secreto de la vida de Jesús, “la llave para que podamos entrar en un diálogo personal con el Padre”: la oración.

A través de una vida de oración es posible vivir una relación personal y profunda con Jesucristo y cambiar nuestros corazones. La oración, escuchando a Jesús, contemplando a Jesús, hablando con él como a un amigo, transforma nuestras vidas. Es el camino para acercarnos al Padre.

La oración del Papa durante la pandemia

El mismo Santo Padre es un hombre de oración, y El Video del Papa da testimonio de ello con imágenes tomadas de los momentos más conmovedores del 2020: la oración por la pandemia en una plaza San Pedro vacía; su peregrinación al crucifijo de San Marcelo en la Vía del Corso, en el centro de Roma; los momentos de recogimiento ante el icono bizantino de la Salus Populi Romani en la Basílica romana de Santa María la Mayor. 

Jesucristo: una vida marcada por la oración

Para el Papa Francisco, la oración no se reduce únicamente a un espacio o momento de contemplación interior. “Orando cambiamos la realidad. Y cambiamos nuestros corazones”, dice en El Video del Papa.

La oración siempre produce un cambio. “Podemos hacer muchas cosas, pero sin oración no funciona”,añade el Pontífice. En la audiencia general del 4 de noviembre, el Santo Padre aprovechó además para explicar la vida de oración que siempre tuvo Jesús: “Durante su vida pública, Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos muestran esto cuando se retira a lugares apartados para orar. Son observaciones sobrias y discretas, que solo nos permiten imaginar esos diálogos orantes. Sin embargo, testifican claramente que, incluso en los momentos de mayor dedicación a los pobres y enfermos, Jesús nunca descuidó su diálogo íntimo con el Padre”.

La oración como el corazón de la misión de la Iglesia

Hoy en día, la Red Mundial de Oración del Papa conecta a millones de católicos de todo el mundo, de diversos países, culturas, contextos sociales y eclesiales, a través de la oración: no sólo a través de El video del Papa, sino también a través de la plataforma de oración Click To Pray y el Camino del Corazón, un camino de oración para la misión. El Video del Papa de este mes concluye con la invitación de Francisco a la oración, guardando silencio por unos momentos, durante la Audiencia con la Red Mundial de Oración del Papa en su 175º aniversario.

En este sentido, el padre Frédéric Fornos, sacerdote jesuita y Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, recordó la ocasión: «Fue uno de los momentos más intensos de la celebración. El Santo Padre acompañó un largo tiempo de oración, en el Aula Pablo VI, en un imponente clima de silencio y recogimiento con más de 5.000 personas. Y allí dejó bien claro que la oración y la misión de la Iglesia están indisolublemente unidas. La misión de la Iglesia está al servicio de los desafíos del mundo, y esta no es posible sin la oración. Francisco lo resumió muy sencillamente: "El corazón de la misión de la Iglesia es la oración". Para muchos la oración se resume a un tiempo tranquilo o de reflexión, pero para quien descubre su profundidad es la respiración del corazón. La oración nos abre al Amor, el cual tiene un rostro, Jesucristo, y nos conduce al Padre. A menudo no se ven inmediatamente sus frutos, su fecundidad. Como la semilla en la tierra, necesita tiempo… pero su fecundidad es inmensa, como dice el Evangelio: produce treinta, sesenta y hasta ciento por uno (Mc 4,20). La oración es esencial para la misión de la Iglesia. Recemos para que nuestra relación personal con Jesús se alimente siempre de la Palabra de Dios y de una vida de oración»



AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA  DEL 2 DE DICIEMBRE:  Este mundo tiene necesidad de bendición

La bendición

El Papa Francisco, durante la catequesis de la Audiencia General del miércoles dos de diciembre, ha detenido su mirada en una dimensión esencial de la oración: la bendición.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy nos detenemos en una dimensión esencial de la oración: la bendición. Continuamos las reflexiones sobre la oración. En las narraciones de la creación (cfr. Gen 1-2) Dios continuamente bendice la vida, siempre. Bendice a los animales (1,22), bendice al hombre y a la mujer (1,28), finalmente bendice el sábado, día de reposo y del disfrute de toda la creación (2,3). Es Dios que bendice. En las primeras páginas de la Biblia es un continuo repetirse de bendiciones. Dios bendice, pero también los hombres bendicen, y pronto se descubre que la bendición posee una fuerza especial, que acompaña para toda la vida a quien la recibe, y dispone el corazón del hombre a dejarse cambiar por Dios (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 61).

Al principio del mundo está Dios que “dice-bien”, bien-dice, dice-bien. Él ve que cada obra de sus manos es buena y bella, y cuando llega al hombre, y la creación se realiza, reconoce que «estaba muy bien» (Gen 1,31). Poco después, esa belleza que Dios ha impreso en su obra se alterará, y el ser humano se convertirá en una criatura degenerada, capaz de difundir el mal y la muerte por el mundo; pero nada podrá cancelar nunca la primera huella de Dios, una huella de bondad que Dios ha puesto en el mundo, en la naturaleza humana, en todos nosotros: la capacidad de bendecir y el hecho de ser bendecidos. Dios no se ha equivocado con la creación y tampoco con la creación del hombre. La esperanza del mundo reside completamente en la bendición de Dios: Él sigue queriéndonos, Él el primero, como dice el poeta Péguy[1], sigue esperando nuestro bien.

La gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición que nos ha salvado a todos. Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido «siendo nosotros todavía pecadores» (Rm 5,8) dice san Pablo: Palabra hecha carne y ofrecida por nosotros en la cruz.

San Pablo proclama con emoción el plan de amor de Dios y dice así: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1,3-6). No hay pecado que pueda cancelar completamente la imagen del Cristo presente en cada uno de nosotros. Ningún pecado puede cancelar esa imagen que Dios nos ha dado a nosotros. La imagen de Cristo. Puede desfigurarla, pero no puede quitarla de la misericordia de Dios. Un pecador puede permanecer en sus errores durante mucho tiempo, pero Dios es paciente hasta el último instante, esperando que al final ese corazón se abra y cambie. Dios es como un buen padre y como una buena madre, también Él es una buena madre: nunca dejan de amar a su hijo, por mucho que se equivoque, siempre. Me viene a la mente las muchas veces que he visto a la gente hacer fila para entrar en la cárcel. Muchas madres en fila para entrar y ver a su hijo preso: no dejan de amar al hijo y ellas saben que la gente que pasa en el autobús dice “Ah, esa es la madre del preso”. Y sin embargo no tienen vergüenza por esto, o mejor, tienen vergüenza pero van adelante, porque es más importante el hijo que la vergüenza. Así nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos.

Una experiencia intensa es la de leer estos textos bíblicos de bendición en una prisión, o en un centro de desintoxicación. Hacer sentir a esas personas que permanecen bendecidas no obstante sus graves errores, que el Padre celeste sigue queriendo su bien y esperando que se abran finalmente al bien. Si incluso sus parientes más cercanos les han abandonado, porque ya les juzgan como irrecuperables, para Dios son siempre hijos. Dios no puede cancelar en nosotros la imagen de hijo, cada uno de nosotros es hijo, es hija. A veces ocurren milagros: hombres y mujeres que renacen.  Porque encuentran esta bendición que les ha ungido como hijos. Porque la gracia de Dios cambia la vida: nos toma como somos, pero no nos deja nunca como somos.

Pensemos en lo que hizo Jesús con Zaqueo (cfr. Lc 19,1-10), por ejemplo. Todos veían en él el mal; Jesús sin embargo ve un destello de bien, y de ahí, de su curiosidad por ver a Jesús, hace pasar la misericordia que salva. Así cambió primero el corazón y después la vida de Zaqueo. En las personas marginadas y rechazadas, Jesús veía la indeleble bendición del Padre. Zaqueo es un pecador público, ha hecho muchas cosas malas, pero Jesús veía ese signo indeleble de la bendición del Padre y de ahí su compasión. Esa frase que se repite tanto en el Evangelio, “tuvo compasión”,  y esa compasión lo lleva a ayudarlo y cambiarle el corazón. Es más, llegó a identificarse a sí mismo con cada persona necesitada (cfr. Mt 25,31-46). En el pasaje del “protocolo” final sobre el cual todos nosotros seremos juzgados, Mateo 25, Jesús dice: “Yo estaba hambriento, yo estaba desnudo, yo estaba en la cárcel, yo estaba en el hospital, yo estaba ahí…”.

Ante la bendición de Dios, también nosotros respondemos bendiciendo —Dios nos ha enseñado a bendecir y nosotros debemos bendecir—: es la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias. El Catecismo escribe: «La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquel que es la fuente de toda bendición» (n. 2626). La oración es alegría y reconocimiento. Dios no ha esperado que nos convirtiéramos para comenzar a amarnos, sino que nos ha amado primero, cuando todavía estábamos en el pecado.

No podemos solo bendecir a este Dios que nos bendice, debemos bendecir todo en Él, toda la gente, bendecir a Dios y bendecir a los hermanos, bendecir el mundo: esta es la raíz de la mansedumbre cristiana, la capacidad de sentirse bendecidos y la capacidad de bendecir. Si todos nosotros hiciéramos así, seguramente no existirían las guerras. Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no maldecir, sino bendecir.  Y aquí solamente una palabra para la gente que está acostumbrada a maldecir, la gente que tiene siempre en la boca, también en el corazón, una palabra fea, una maldición. Cada uno de nosotros puede pensar: ¿yo tengo esta costumbre de maldecir así? Y pedir al Señor la gracia de cambiar esta costumbre para que nosotros tengamos un corazón bendecido y de un corazón bendecido no puede salir una maldición. Que el Señor nos enseñe a no maldecir nunca sino a bendecir.